Al llegar al campamento Poincenot nos detuvimos para hidratarnos y comer algo haciendo el mayor silencio posible puesto que otras personas se encontraban acampando. Es un campamento libre en el que prácticamente no hay servicios y en el que muchas personas acampan con el fin de estar cerca del Fitz Roy para llegar al amanecer. Allí estaba ventoso y frío, pero el resguardo de los altos árboles fue de gran abrigo. Continuamos caminando y previo a afrontar el último tramo del sendero que se torna empinado y que implica un esfuerzo considerable nos detuvimos a descansar en un refugio de madera muy rústico. Realmente para muchos de nosotros el último tramo se hizo difícil, si bien ya estaba aclarando, el terreno se presentaba inestable, varias rocas estaban mojadas, nuestras piernas y espaldas cansadas de cargar nuestras mochilas y la incertidumbre de si llegaríamos a tiempo se hacía presente (la naturaleza no espera, el amanecer es un instante mágico). En esos momentos, es realmente valioso contar con compañeros y compañeras de camino que con tal solo una palabra de aliento o una mirada ayuden a continuar. Sí, hay que decirlo, hay momentos en que una puede llegar a preguntarse qué hace ahí envuelta en esa locura, quién la mandó a meterse en ese viaje, por qué no fue a un all inclusive de vacaciones, etc. La preparación física para esos desafíos es importante, pero igual de importante es la preparación mental. No hay que olvidarse que no solo se trata de una exigencia física sino que están en juego muchas emociones entre ellas la ansiedad de llegar a cumplir el objetivo tan deseado. La sola idea de no llegar a tiempo para ver el amanecer al llegar a la Laguna de los Tres bien puede paralizarte y decir: “Listo, no llego a tiempo, me quedo acá” o a caminar como nunca antes con el total convencimiento de que sí se puede y el esfuerzo vale la pena.
Finalmente, todos y todas llegamos a la cima a tiempo para sentarnos a esperar que ocurriera la magia. Si me preguntan cómo fue ese momento en el que comenzamos a vislumbrar el amanecer a eso de las 7:30 am les diría que indescriptible, escalofriante e incapturable. Tomamos muchas fotos y videos, pero las imágenes que se grabaron en nuestras retinas son únicas. Algunos quedamos boquiabiertos, otros no paraban de pronunciar onomatopeyas de asombro. Los picos nevados se fueron alumbrando poco a poco, las rocas adoptando unos tonos dorados y rojizos, la laguna aclarando de azul petróleo a verde reflejo de montaña. A partir de ese baño de luz el paisaje cambió su vestuario y nos invitó a contemplar su inmensidad. Descendimos a la Laguna de los Tres, que según leí, lleva ese nombre porque está en la base de tres picos en forma de aguja: Saint Exupery, Poincenot y Fitz Roy, y tras observarla con detenimiento continuamos camino bordeándola hasta llegar a una laguna que se encuentra próxima y se llama Laguna Sucia. Otro lugar que no tiene desperdicio y cuyos alrededores siguen mostrando la vastedad y belleza del lugar. Desde ese punto se observan a lo lejos, entre otras bellezas, las lagunas Madre e Hija.
Una vez recorrido ese magnífico entorno y ya con las retinas cargadas emprendimos retorno, pero ahora a la luz del día en un camino que parecía totalmente diferente al que habíamos transitado hacía algunas horas y con el pecho inflado de la satisfacción de haberlo logrado y haber sido más que recompensados.
Agradecimientos: a Xperience Uruguay por la invitación y a la generosidad de los viajeros y las viajeras que compartieron sus imágenes con el grupo (en especial a Fabiana Rivero)
Jesica Diaz
Abril 2022